Una disciplina que según afirma Charnley (1971), "el periodismo es una arte y es una profesión". En las actividades que se involucra el periodista exige habilidades, métodos y técnicas basadas tanto en la reflexión como en la experiencia. Una diferencia significativa es el rol que desempeñan los medios informativos en una sociedad. Mantener a una sociedad informada, abonar en la educación, denunciar actos de corrupción, así como la defensa de las libertades fundamentales de los ciudadanos forman una buena parte de ese rol destinado a los medios.
Gabriel García Márquez colocó en un pedestal al periodismo frente a los grandes retos del siglo XX, y en 1996, afirmó que “hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes”. Una profesión que ha evolucionado bien vertiginosamente en las pasadas décadas. Un oficio que cada día se torna más difícil y con nuevos retos. Estas reflexiones se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.
Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto.
Los periodistas andaban siempre juntos, hacían vida común, y eran tan fanáticos del oficio que no hablaban de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción.
Hoy en día, resulta un tanto paradójico porque las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecen el espíritu profesional en el pasado.
Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. Hay poco tiempo para esas interacciones del pasado.
No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material, para dos columnas y a la hora de la verdad sólo le asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. "Ni siquiera nos regañan", dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.
Referencias:
- Charnley, M. V. (1971). Periodismo informativo, Buenos Aires:Argentina, Troquel, pag. 11.
- Gabriel, G. M. (1996). El mejor oficio del mundo, El País, Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de octubre de 1996. Recuperado el 2 de agosto de 2017, https://elpais.com/diario/1996/10/20/sociedad/845762406_850215.html
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